Sede vacante: ritos y ceremonias tras el fallecimiento de un Pontífice

El fallecimiento del máximo representante eclesiástico activa un protocolo detallado y lleno de simbolismo diseñado para despedir al líder espiritual de la Iglesia, pero también para garantizar la continuidad institucional mientras la Santa Sede de San Pedro permanece vacante. Durante este período la labor del cardenal Camarlengo juega un papel crucial, ya que es el encargado de coordinar las tareas administrativas y logísticas del Vaticano en ausencia del Papa. Esta figura tiene sus orígenes en el siglo XII y, aunque inicialmente se encargaba de las finanzas vaticanas, con el paso de los siglos, el cargo se fue adaptando y en la actualidad es uno de los más destacados y visibles, con un rol fundamental durante la transición, asegurando la gestión de las exequias y el respeto al protocolo.
Y es que, durante esta etapa, se suceden actos religiosos, procedimientos administrativos y decisiones clave que marcarán el rumbo de la Iglesia. Todo ello subraya el importante valor de los ritos funerarios, sean religiosos o laicos, cuya función universal es la de brindar un marco para el homenaje y el duelo, una relevante tarea que en el Vaticano lleva a cabo el Camarlengo pero que en la sociedad es desempeñada por los profesionales funerarios, quienes guían a las familias en la última despedida y en el inicio del proceso de duelo.
Cuando un Pontífice fallece, el primer paso antes de hacer pública la noticia es la confirmación canónica del fallecimiento. Para ello, el Camarlengo lo llama tres veces por su nombre bautismal. Si no hay respuesta, se declara su defunción. Además, se lleva a cabo la certificación médica y legal: el cuerpo es examinado por médicos y se expide el acta de defunción.
Tras la confirmación del deceso, el Camarlengo informa oficialmente a la Curia, se hacen sonar las campanas de la Basílica de San Pedro y la Santa Sede comunica oficialmente al mundo el fallecimiento a través de L’Osservatore Romano y comunicados diplomáticos.
Sede vacante
A partir de ese momento se inicia la etapa conocida como Sede Vacante: no hay un sucesor inmediato y todos los cargos de la Curia quedan suspendidos, excepto el del Camarlengo, así como otros roles menores.
Tras la muerte del Papa, se lleva a cabo la destrucción, dentro de los muros del Vaticano, del Anulum Piscatoris o Anillo del Pescador con un pequeño martillo de plata. Los nuevos Papas eligen el diseño de su anillo, elaborado tradicionalmente en oro macizo, y en todos ellos se representa la imagen de San Pedro. La mayoría personifican al santo lanzando su red desde la barca, aunque también puede representar la imagen de San Pedro sosteniendo dos llaves, que simbolizan el poder del cielo y el poder espiritual del Papa en la Tierra. A lo largo del borde se suele inscribir el nombre del Santo Padre. En el caso de Francisco I, el fallecido Pontífice optó por un anillo de plata dorada, en línea con su convicción de enfatizar la humildad y austeridad. La pieza, que fue diseñada por el artista italiano Enrico Manfrini, representa a San Pedro con las llaves. Aun así, Francisco I solía utilizar un anillo más sencillo de la época en la que fue arzobispo en Argentina.
Esta tradición de destruir el anillo radica en el hecho de que a partir del siglo XIII y hasta el siglo XIX, la alianza fue utilizada como sello personal del Papa con el que certificaba documentos oficiales y, aunque medios más modernos hicieron caer en desuso esta función, simboliza de igual manera la autoridad del Pontífice sobre la Iglesia y su papel como sucesor de San Pedro, el primer Papa. No obstante, cuando Benedicto XVI renunció a su pontificado el anillo no fue destruido, si no modificado, grabando en él una cruz.
Además de la invalidación de la alianza, se inutiliza el sello papal que, como hemos visto, sustituyó en sus funciones al Anulum Piscatoris, y que tiene una gran importancia en la burocracia del Vaticano, ya que es usado para garantizar la validez de los documentos emitidos. La destrucción del segno pontificio evita que ninguna comunicación oficial sea emitida en nombre del Papa fallecido.
Estos actos, que tenían como objetivo, especialmente años atrás, impedir que estos objetos fuesen utilizados por nadie que no ostentase la autoridad papal, se realizan en presencia del Camarlengo y otros miembros de la Curia, quienes garantizan que todo el proceso se lleve a cabo conforme al protocolo y con el debido respeto.
En la misma línea, otra de las funciones del Camarlengo es el sellado de las habitaciones privadas, lo cual se hace por varios motivos. Uno de ellos está relacionado con el hecho de que el Sumo Pontífice, además de líder espiritual, es también jefe del Estado Vaticano. Su habitación y despacho papal pueden contener documentos confidenciales, escritos personales, decisiones pendientes o papeles sin publicar. Sellar el acceso asegura que nada se manipule, retire o destruya antes de que la Curia determine qué hacer con ellos y garantiza que no se saqueen recuerdos o pertenencias con valor emocional o simbólico que puedan luego circular fuera del control de la Iglesia.
Para ello, el Camarlengo, acompañado de algunos miembros del gobierno vaticano, acude al Palacio Apostólico o residencia papal e inspecciona las estancias: habitación, despacho y capilla privada. Las puertas son cerradas con llave y selladas con lacre y cinta roja y nadie puede entrar sin autorización expresa. El contenido de estas estancias se archiva, cataloga y, según la voluntad del fallecido, se conserva, destruye o publica (como pasó con algunos escritos de Juan Pablo II).
Una vez elegido, el nuevo líder de la Iglesia decidirá si desea ocupar las mismas estancias o trasladarse a otra residencia. En el caso de Benedicto XVI, por ejemplo, nunca vivió en los apartamentos pontificios del Palacio Apostólico: eligió la Casa de Santa Marta también conocida como Domus Sanctae Marthae, una residencia construida en 1996 y ubicada en el Vaticano, adyacente a la Basílica de San Pedro. Por su parte, el Papa Francisco mantuvo esa elección. La Casa de Santa Marta sirve también como alojamiento para cardenales y prelados durante su estancia en Roma, así como para los cardenales electores durante los cónclaves, como veremos más adelante.
Más allá de cuestiones prácticas, tanto el sellado de habitaciones como la destrucción del anillo o del sello papal son maneras rituales de mostrar que una etapa ha terminado y que comienza la espera hasta la elección de un nuevo líder, que se decidirá durante el Cónclave, una vez celebrado el funeral.
A lo largo de los siguientes 9 días al fallecimiento se celebran las novendiales, es decir, misas diarias en honor del Papa. La primera misa solemne se celebra normalmente un día después del fallecimiento, oficiada por el decano del Colegio Cardenalicio. Además, durante ese período, cada día tiene lugar una misa distinta, presidida por cardenales diferentes. Estas liturgias pueden celebrarse en la Basílica de San Pedro o en otros lugares significativos del Vaticano. Durante estos días, los edificios vaticanos ondean banderas a media asta y no se realizan audiencias, actos festivos ni celebraciones públicas.
El funeral tradicional de un pontífice
Una vez destruidos los símbolos papales y anunciada la muerte del Pontífice, se inician los preparativos litúrgicos y funerarios, supervisados por el Camarlengo. Aunque el Vaticano tiene un protocolo propio para el funeral del Papa, sus exequias comparten con los servicios funerarios tradicionales funciones esenciales: honrar la vida del fallecido, preservar la dignidad del difunto y ofrecer un espacio para el duelo de sus familiares, amigos y fieles, generando un marco simbólico que permita cerrar el ciclo vital.
Por lo tanto, el primer paso es la adecuación, por parte de un grupo especializado, del cuerpo para su exposición pública en la capilla ardiente que se celebra normalmente en la Basílica de San Pedro. Con una duración de entre 3 y 5 días, permite a los fieles rendir homenaje ante el cuerpo del Pontífice.
Aunque puede adaptarse según los deseos del Papa fallecido, normalmente el cuerpo es colocado en un arca sencilla y abierta, que luego es sustituida por el triple ataúd. Así, rodeado por cirios encendidos y guardias suizos, es presentado en la Basílica de San Pedro con ornamentos papales como sotana blanca, muceta roja, estola dorada, mitra blanca, cruz pectoral y un Evangelio abierto sobre el pecho, como símbolo de su vida dedicada al servicio de la Palabra.
Durante esta etapa, el cuerpo del Papa recibe la visita de miles de devotos y representantes institucionales. Además, se pone a disposición del público el libro de condolencias donde las autoridades y fieles pueden expresar su pésame y agradecimiento por su labor. El contenido del libro suele conservarse en los Archivos Vaticanos como parte de la documentación histórica del pontificado.
Al concluir la etapa de exposición pública, en las horas previas al funeral, que se celebra entre el cuarto y sexto día tras el fallecimiento, la Basílica de San Pedro se cierra al público. Es entonces cuando los restos mortales, que hasta el momento descansan en un ataúd sencillo, son colocados en el primero de los tres ataúdes que acogerán su descanso eterno. La práctica del triple ataúd se instauró en el Concilio de Trento, celebrado en el siglo XVI, como una forma de preservar los restos del Papa y simbolizar las tres dimensiones del pontificado: la humildad personal (ciprés), la solidez institucional (plomo) y el legado público (olmo o nogal).
Este primer féretro, elaborado con madera de ciprés, contiene el cuerpo del líder de la Iglesia – cuyo rostro se cubre con un velo blanco-, una bolsa con monedas acuñadas durante su pontificado y el rógito, un un acta de la vida y obra del Pontífice. Este féretro, que se sella con clavos dorados y que representan, más que la riqueza, la solemnidad del acto final, se introduce, a su vez, en un ataúd de plomo que se sella herméticamente. Por último, los dos ataúdes anteriores se colocan en el interior de un féretro de olmo o nogal con una grabación del escudo papal. Finalmente, el conjunto se sella con lacres del Vaticano y se traslada desde el interior de la Basílica hasta la Plaza de San Pedro, donde se coloca delante del altar para dar inicio a la celebración litúrgica.
La misa funeral del Papa es uno de los eventos más multitudinarios y solemnes de la Iglesia Católica al que asisten miles de personas, tanto de dentro como de fuera de la Iglesia: dignatarios civiles –muchos países están representados por sus máximas autoridades en señal de respeto diplomático-, autoridades religiosas y fieles católicos de todo el mundo. Asimismo, centenares de medios acreditados cubren el evento. En el caso del Papa Francisco, más de 400.000 personas acudieron a despedirlo, bien en su capilla ardiente, en su funeral o en la procesión por las calles de Roma que llevó el ataúd hasta la Basílica de Santa María la Mayor (Roma).
El funeral en sí generalmente está oficiado por el decano del Colegio Cardenalicio y concelebrado por numerosos cardenales, arzobispos y sacerdotes. Asimismo, Diáconos y seminaristas del Vaticano colaboran en el servicio litúrgico. En el caso de un Papa emérito (como fue el caso de Benedicto XVI, que se retiró antes de morir), el Pontífice reinante puede presidirlo.
Al final de la misa de exequias, que incluye oraciones propias para la muerte del sucesor de San Pedro, tiene lugar la Ultima Commendatio (última recomendación) y la Valedictio (despedida), en la que se destaca su papel como siervo de la Iglesia y de la humanidad, se encomienda su alma al Señor y se le pide que lo reciba en su reino. Asimismo, se rocía el cuerpo con agua bendita y se inciensa.
La reforma de Francisco I
Aunque lo que hemos visto hasta ahora refleja las tradiciones que se han seguido en los últimos años en las exequias papales, algunas de ellas instauradas siglos atrás y otras modificadas según los deseos del Pontífice, en el caso de Francisco I, 266º Pontífice de la Iglesia Católica desde 2013, que falleció el pasado 21 de abril, es importante destacar que, antes de su muerte, reformó profundamente este protocolo funerario, eliminando elementos tradicionales con el objetivo de subrayar la humildad y remarcar que la persona fallecida era un pastor de la Iglesia y, sobre todo, un discípulo de Cristo.
Estas modificaciones fueron recogidas en la nueva edición del Ordo Exsequiarum Romani Pontificis (Ritual de Exequias para el Papa), un documento que incluye un conjunto de directrices establecidas por el Vaticano para los funerales papales que se utiliza de manera uniforme, pero que puede ser adaptado en detalles específicos según el pontífice o las circunstancias. Las variaciones, aprobadas en abril de 2024, reflejan la visión de Francisco I de una Iglesia más cercana a los fieles, despojada de excesos y centrada en su misión espiritual.
Por ello, durante sus exequias se suprimió la tradición de ser enterrado en tres ataúdes, y se optó por un único féretro de madera con revestimiento interior de zinc. Asimismo, durante la capilla ardiente, su féretro no descansaba sobre un catafalco ornamentado, ni se colocó el báculo papal. Por otra parte, durante las ceremonias se simplificaron los títulos, utilizando términos como Papa, Obispo de Roma o Pastor, eliminando expresiones como ‘Romano Pontífice’.
De la misma manera, y aunque tradicionalmente los papas son sepultados con zapatos rojos, símbolo del martirio y de la dignidad del oficio, Francisco I escogió ser enterrado con los sencillos zapatos negros que usaba en vida, como gesto de humildad. Asimismo, solicitó como última voluntad que sus restos mortales descansasen en la Basílica Papal de Santa María la Mayor (Roma), en lugar de en las grutas vaticanas como es tradición, y que el sepulcro estuviera “en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”.
Una vez enterrado el Papa, y no más tarde de 20 días después de su fallecimiento, el Camarlengo convoca al Colegio Cardenalicio al Cónclave, en el que se llevan a cabo las votaciones que marcan el inicio de un nuevo pontificado. Aunque en teoría cualquier varón bautizado puede ser elegido, en la práctica, desde hace siglos, todos los elegidos han sido miembros del Colegio Cardenalicio.
Cónclave: la elección del nuevo líder
Durante el Cónclave los electores del Colegio Cardenalicio, que deben ser menores de 80 años en el momento en que la sede papal queda vacante, se reúnen en la Capilla Sixtina junto con unos pocos asistentes autorizados como médicos, técnicos y confesores. El techo de la Capilla Sixtina, decorado por Miguel Ángel con escenas como La Creación de Adán o El Juicio Final, representa el vínculo entre lo humano y lo divino. Este marco artístico y simbólico recuerda a los cardenales que su decisión debe estar guiada por el Espíritu Santo.
La palabra Cónclave viene del latín cum clave, que significa ‘con llave’. Y es que los cardenales son literalmente encerrados en un aislamiento absoluto sin contacto con el exterior hasta tomar una decisión.
Por ello, antes de empezar, se pronuncia una solemne advertencia de secreto absoluto y la Capilla Sixtina es revisada con equipos antiespionaje, se instalan detectores de señales e inhibidores de frecuencia y se destina personal de la Gendarmería Vaticana para garantizar que no se produzcan filtraciones. Todo intento de contacto externo está absolutamente prohibido, por lo que no hay ni teléfonos, ni correo, ni ningún otro tipo de conexión con el mundo y cualquier violación del secreto del Cónclave conlleva la excomunión automática.
Durante los cónclaves más recientes, los cardenales han contado con habitaciones individuales en la Casa de Santa Marta, también bajo estrictas medidas de seguridad y aislamiento.
En el celebrado tras la muerte del Papa Francisco participaron 135 cardenales electores, una cifra que supera el límite de 120 tradicionalmente establecido por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis. De estos 135 electores, alrededor del 80% fueron nombrados por Francisco I, lo que refleja su influencia en la configuración del Colegio Cardenalicio.
Habemus Papam!
Aunque no hay un límite estricto de tiempo sobre la duración del Cónclave, no suele extenderse más allá de unos pocos días. El más corto de la era moderna fue el de 2005: con una duración de solo dos días resultó en la elección de Benedicto XVI. Por su parte, el más largo en la historia moderna fue en 1830 y se alargó 50 días.
Cada jornada se realizan hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde. Cada cardenal escribe a mano el nombre de su candidato en una papeleta especial y la deposita en un cáliz dorado sobre el altar. Las papeletas se recogen, se leen en voz alta y luego se queman en una estufa especial. El color del humo de la chimenea indica a los fieles del exterior si se ha elegido al nuevo Pontífice: fumata nera significa que todavía no hay acuerdo. En cambio, cuando finalmente de la chimenea emerge la emblemática fumata bianca, se revela que se ha escogido al nuevo Papa -para lo que se requiere una mayoría de dos tercios de los votos-. Desde 2005, el Vaticano utiliza un sistema de combustión doble y una fórmula química específica para asegurar que el color del humo sea inequívoco para los fieles congregados en la plaza y para los millones de personas que siguen la elección desde diferentes partes del mundo. Al mismo tiempo que el humo blanco se hace visible, repican las campanas de la Basílica de San Pedro.
Una vez finalizadas las votaciones, el cardenal decano (o el cardenal más antiguo si el decano no está presente) se acerca al elegido y le pregunta: “¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?” Si acepta, inmediatamente se convierte en Papa. A partir de ese instante, tiene plena autoridad sobre la Iglesia. Acto seguido se le pregunta: “¿Con qué nombre deseas ser llamado?”. Este nuevo nombre será el que usará durante todo su pontificado y por el cual será recordado.
El nuevo jefe del Estado Vaticano es entonces conducido a la llamada Camera Lacrimatoria (Sala de las Lágrimas), una estancia contigua a la Capilla Sixtina, donde se viste por primera vez con la sotana blanca. Allí el Papa suele vivir un momento de gran carga emocional, de ahí el nombre de la sala.
Ya vestido de blanco, el nuevo máximo representante de la Iglesia Católica vuelve a la Capilla Sixtina, donde recibe el homenaje de los cardenales: uno a uno se arrodillan ante él y le besan la mano.
El nuevo Papa se traslada a la Loggia de las Bendiciones, el balcón central de la Basílica de San Pedro. Allí, el cardenal protodiácono anuncia a los fieles la decisión con la fórmula tradicional: ‘Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!’ (‘Les anuncio una gran alegría: ¡tenemos Papa!’). Además, da a conocer el nombre papal que ha tomado el sucesor. Tras el anuncio, el nuevo Pontífice da su primera bendición urbi et orbi (“a la ciudad y al mundo”) desde el balcón. Este es su primer acto público como líder de la Iglesia Católica.
Días después, se celebra en la Plaza de San Pedro la misa solemne de inicio del pontificado. En ella se hace la entrega oficial del Anillo del Pescador y del palio papal, una estola que es símbolo del rol pastoral como Obispo de Roma.
Así concluye el protocolo que sigue la Iglesia tras la muerte de un Papa y que es una sucesión de ritos antiguos y procedimientos contemporáneos que garantizan la continuidad de la institución, marcan el inicio de una nueva etapa en su historia y que tienen repercusiones globales, tanto entre los fieles como en la política internacional y en el diálogo interreligioso.
Tanatopraxia en el Vaticano: el arte de conservar la dignidad papal tras la muerte
En paralelo a los procedimientos que hemos visto, tras la muerte de un Pontífice se desarrolla otro proceso discreto pero esencial: la tanatopraxia, el tratamiento profesional del cuerpo para su conservación temporal. En la actualidad, esta técnica ha reemplazado prácticas más invasivas como el embalsamamiento tradicional.
La tanatopraxia es esencial para preservar el cuerpo de una persona fallecida durante un corto periodo de tiempo, especialmente cuando va a ser expuesto al público. A diferencia del embalsamamiento clásico —que implicaba la extracción de órganos y la aplicación de productos químicos para preservar el cuerpo a largo plazo—, la tanatopraxia se basa en métodos menos invasivos y más respetuosos.
El procedimiento incluye, entre otros aspectos, la higiene y preparación estética del cuerpo, la aplicación de líquidos conservantes para retrasar la descomposición y la restauración facial. En el caso del Papa, este proceso permite que su cuerpo pueda ser expuesto dignamente sin alterar su apariencia natural ni recurrir a técnicas extremas para que el pueblo pueda despedirse e iniciar el proceso de duelo mientras su cuerpo mantiene su integridad durante los días del luto y evitando, al mismo tiempo, riesgos sanitarios en un entorno que recibe a miles de fieles diariamente.
El abandono del embalsamamiento se formalizó tras el escándalo del tratamiento fallido que se aplicó al cuerpo del Papa Pío XII en 1958. Su médico personal, Riccardo Galeazzi-Lisi, intentó desarrollar una técnica experimental natural, que dio como resultado una descomposición acelerada del cuerpo y un deterioro visible durante la exposición pública. Según crónicas de la época, el rostro se ennegreció y se deformó de tal manera que el cuerpo tuvo que ser retirado antes de tiempo.
Este hecho provocó que el Vaticano optase desde entonces por métodos menos invasivos, los Papas recientes solicitaron expresamente no ser embalsamados. En su lugar, sus cuerpos fueron tratados con técnicas de tanatopraxia.
Aunque el cuerpo es enterrado, no es inusual que se realicen exhumaciones posteriores como consecuencia de canonizaciones (como Juan XXIII o Juan Pablo II), traslados a otros lugares de sepultura o trabajos arqueológicos o de restauración en las grutas vaticanas.
En estos casos, se evalúa el estado del cuerpo, y se descubre que la tanatopraxia suele mantenerlo en buen estado durante años, sobre todo si se combina con condiciones ambientales adecuadas y féretros bien sellados.
Con todo, la tanatopraxia permite preservar el cuerpo del Pontífice y se erige como una práctica que aúna ciencia y tradición, garantizando que, incluso en la muerte, el Papa sea honrado con la dignidad que su cargo representa.