El pasado 2 de enero el Cementerio General de Reus (Tarragona) conmemoró una fecha significativa: se cumplían 150 años de la inhumación del primer difunto en este recinto funerario, realizada en 1871. Se trata, por tanto, de un siglo y medio de vida que refleja, en gran medida, la realidad histórica de la ciudad y constituye un espejo público del devenir sociocultural de la población que lo impulsó y lo vio nacer.
A lo largo de la historia, Reus ha contado con cuatro recintos funerarios. El primero se hizo realidad en el centro mismo del entramado urbanístico de la ciudad. El segundo –habilitado cerca del año 1500– se ubicó en la zona conocida como el Fossar Vell, a los pies de la solemne y majestuosa Església Prioral de Sant Pere, a escasos metros de la Plaça Mercadal, en el corazón de Reus. Con el paso de los años, ante la necesidad de preservar las condiciones sanitarias de una ciudad que crecía a pasos agigantados por su progresiva fortaleza económica, se hizo necesaria la ubicación de un tercer cementerio más lejos del núcleo de población y se decidió desplazarlo hacia la zona conocida como l’Ermita del Roser, en un espacio que actualmente conserva los vestigios de su antigua capilla.
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