De pequeño, José Malga jugaba entre ataúdes. Su padre trabajaba para la Funeraria Fernández Molina, en Caravia (Asturias), y él le ayudaba a transportar a los fallecidos a pie. Hoy, los allegados que no pueden asistir al velatorio mandan pésames y flores por Internet. La evolución de las tradiciones ha favorecido a las grandes empresas con capacidad para crear tanatorios cinco estrellas que seducen a las compañías de seguros. Hoy hay más de 1.830 funerarias en España, según el INE. Pero el 21% del negocio está en manos de solo ocho de ellas, según un estudio de 2010 de los Ministerios de Hacienda y Sanidad.
Malga, de 66 años, se mudó al vecino y más grande Colunga —3.600 habitantes, frente a los 500 de Caravia— al cumplir la mayoría de edad, para trabajar en una sucursal de los Fernández Molina. Tras 12 años siendo la cara visible de la empresa en el pueblo, se estableció por libre en 1978 como Funeraria Malga. “Antes era todo más sobrio”, añora. Cuando trabajaba con su padre, el ataúd descansaba en el salón de la familia junto a las lloronas, que hacían lo propio. La luz era tenue y en un rincón había café y alguna botella. Anís para ellas. Coñac para ellos.
“Al principio, la idea de sacar al difunto de casa no gustó – el primer tanatorio de España se creó en Barcelona, en los años sesenta-. Pero en cuanto las aseguradoras incluyeron el servicio de velatorio en la póliza, comenzó a normalizarse”, explica Pedro Valencia, director de la única consultoría funeraria del país.
La liberalización del sector funerario en 1996 permitió a las grandes empresas comprar o gestionar las funerarias municipales y extenderse por todo el país. Una de las mayores, Funespaña, tiene 466 salas velatorio distribuidas en 22 provincias. Donde no tiene presencia directa, subcontrata firmas pequeñas que le cubren los servicios o compra las ya establecidas. Seis empresarios del este de Asturias, entre ellos el exjefe de Malga decidieron fusionarse en 1985 para ser más competitivos. Invitaron a Malga a unirse a la que sería Funerarias del Oriente, pero él rechazó la oferta. “Mi negocio es parte de mí, como un brazo o la cabeza. Perder el nombre sería una decepción”.
Para no perder a los clientes que elegían velar a su ser querido en un tanatorio, Malga construyó uno en 2004, tras la última línea de chalés del pueblo, junto a la mueblería que ya tenía. Amarillo por dentro y por fuera, sin ventanas, con un cristal opaco que esconde el coche fúnebre a los clientes de la tienda de muebles, el local está a 17 minutos de la iglesia.
“Era el único tanatorio del pueblo, todos iban allí”, recuerda Isabel, una vecina. Malga alcanzó, según sus estimaciones, los 80 servicios por año de los que él ganaba 1.000 euros como mínimo por cada uno. En 2009, Funerarias del Oriente —la que quiso integrar a Malga y pertenece hoy al mayor grupo de la región— montó un tanatorio en Colunga y los clientes de Malga cayeron a 20 al año. Frente a las grandes estructuras donde se puede velar, celebrar el funeral e incinerar al fenecido, las microempresas (el 91%) se ven en la tesitura de “vender, integrarse o cerrar”, dice Pedro Valencia.
“Funeraria Malga, el último techo de tu vida”, dice un paraguas. “¡Tú sigue fumando!, Funeraria Malga te está esperando”, se lee en un mechero. Es la publicidad con la que el empresario intenta combatir el descenso de clientes. La mejor propaganda se la dan, sin embargo, sus vecinos. “Malga se encargó de todo el papeleo al morir mi padre. Incluso después del entierro, cuando había que arreglar la herencia del bar”, afirma Paco Fernández, amigo del funerario. El bar al que se refiere es el que hoy regenta y en el que Juan González, 63 años, se bebe un café y explica: “Tengo el seguro con NorteHispana, para que el día de mañana llamen a Malga”.
El 60% de los fallecidos en 2010 tenía una póliza de decesos. “Las grandes aseguradoras trabajan con Funerarias del Oriente. Yo tengo contacto con las pequeñas y más jóvenes”, se lamenta Malga, que presta sobre todo, servicios a particulares. El estrecho vínculo entre las funerarias y las aseguradoras es un asunto clave para explicar la desigual competencia que existe en el sector. Las tres aseguradoras que controlan el 73% del grueso del negocio en España, Ocaso, Santa Lucía y Mapfre, han ido adquiriendo muchas funerarias pequeñas hasta convertirse en propietarias de grandes grupos. Ocaso es dueña del grupo Servisa, Santa Lucía de Albia y Mapfre de Funespaña.
A dos kilómetros del tanatorio de Malga, construido sobre una casa de indianos (típica de Asturias) el local de la competencia cuenta con dos salas velatorio, interiores forrados en madera, sofás de cuero y unas impactantes vistas a la cordillera del Sueve.
La tendencia es, cada vez más, rendir culto a la vida en lugar de a la muerte. “Queremos ser funerarios del siglo XXI”, afirma Funeraria Gijonesa, que está modernizando las salas más antiguas —de 1993— del tanatorio que tiene en Gijón, el más grande de Asturias. La nueva decoración: muebles de corte recto, tonos suaves en las paredes y, sobre todo, mucha luz.
Malga opina, sin embargo, que él ofrece algo mejor: “Cuando recojo un difunto, conozco a los allegados y sé la atención que necesitan”. Defender un servicio sin intermediarios y más familiar es otro de los motivos que este empresario esgrime para no rendirse a las grandes compañías. La última razón para resistir es su familia. El mayor de sus tres hijos, Rubén, continuará el negocio. El heredero difiere, sin embargo, del sentimiento de su padre: “Esto es una empresa, no te puedes implicar. Conoces a la gente y la cercanía conlleva una pérdida de profesionalidad”. Pero Malga no se deja disuadir y ya tiene la vista puesta en su nieto, Hugo: “Es muy trabajador. Con 10 añitos, ya limpia los ataúdes”.
Artículo extraído de El País (10/12/2014). Por Alba Casas.